lunes, 9 de febrero de 2009

BLUES PARA UNA NIÑA PERDIDA

-¿Qué pasa, eh?
Aquello me sonó a La naranja mecánica, pero no. Se trataba de Adriana, cuya voz sonó al otro lado del teléfono en cuanto lo descolgué. Se había ido a estudiar a una universidad privada en otra ciudad. Siempre le ha interesado más el guateque que el estudio. Sus padres le compraron una de esas camionetas parecidas a tanques de guerra y la nena, muy feliz (me cuenta al teléfono), se la pasa conduciendo a toda velocidad por la ciudad. Recoge niños guapos que le gustan cada dos o tres esquinas. Los lleva a un bar y de ahí salen en unas cuatro horas. Los lleva a su departamento alquilado (papá paga) y hace una mini orgía. Adriana termina diciéndome que quiere regresar a casa. Que no soporta más estar allá, encerrada ¡sin hacer nada!... Me pregunto qué pasaría si yo presentara a Mariana con Adriana. Si las enfrentara. Tal vez no pasaría nada. Una quiere estudiar y no tiene dinero. La otra tiene todo lo material pero se siente vacía... Mmmhhh, mejor no hacer nada. Cuelgo antes que su voz se apague en mi oído. Adriana me ha puesto de mal humor y esta noche tengo ganas de beber vino tinto, acabar con todas las botellas que venía coleccionando desde hace un tiempo y ponerme a llorar. Para no variar, por supuesto. Lástima que no está Adriana aquí. Es la única que sabe armarse un buen guateque, después de todo...

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